Honoratos: Playa de otro mundo en Arequipa

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Ni en Piura ni en Ica. Al parecer las playas ms alucinantes del Per estn en la desolada costa sur de Arequipa, al norte de Matarani. Esa es la impresin que se tiene al conocer Honoratos, el sueo de cualquier veraneante.

Un tripulante me tendi el chaleco salvavidas con una expresin lnguida, como si aquello fuese mi pasaporte hacia el infierno. Olas descomunales zarandeaban la lancha y reventaban con estrpito en la costa. Mis compaeros y hasta algunos tripulantes estaban plidos hasta la ropa interior. Sin embargo, yo no senta inquietud alguna mientras el mundo se mova a su antojo, saba que era muy difcil que volviera a apreciar la mgica fuerza de este litoral abrupto, misterioso y de una belleza casi improbable.

Adems, confiaba en el capitn de la lancha, al que se le atribuan maravillosas aventuras. Se supona conocedor de los lugares ms recnditos de este rincn del Pacfico. Su cerebro deba ser un almacn completo de arrecifes, bajos fondos, siluetas de bahas, y perfiles de innumerables islas y traicioneros roqueros.

Habamos partido del puerto de Matarani, en medio de una nube de gaviotas, a la vez que pelcanos y lobos de mar se disputaban los restos que los pescadores arrojaban al ocano. En la rada se bamboleaban coloridos botecitos con la bandera peruana ondeando sobre sus mstiles. Casi todos tomaron pastillas para el mareo, aunque no les sirvi de mucho. La marejada revolvi estmagos, y los ms afortunados, atormentados por el vrtigo, cayeron en un sueo profundo, literalmente desmayados. Casi sin darnos cuenta el oleaje decreci hasta hacerse imperceptible. Una calma chicha envolvi la embarcacin y pareca mantenerla inmvil en una llameante atmsfera compuesta de tonos azules y celestes. Bajo la quieta faja de luz blanca y relumbrante apenas se poda vislumbrar la costa. En aquel enigmtico sosiego de las fuerzas inmensas del planeta, era imposible distinguir la tierra del agua.

Salvaje belleza

Luego de tres horas y media de travesa apareci Honoratos. Es decir, no apareci, porque es imposible distinguirla desde el mar. Haba que entrar a sus dominios como quien ingresa a un laberinto. Dos refinadas playas de arena crearon expectativas sobre nuestro anhelado destino. Anclamos frente a la ms bella y extensa de ellas. Pisamos tierra como la pis Coln. Pareca que estbamos descubriendo un nuevo continente. No haba nadie a la vista.

Nos despedimos del capitn quien nos asegur que nos vendra a recoger en tres das. La otra alternativa era espeluznante, ante la ausencia de carreteras, tendramos que recorrer 40 kilmetros por un desierto despiadado para poder llegar a Matarani. Por lo pronto, nada de eso nos preocupaba, armamos las carpas hipnotizados por el paisaje que nos rodeaba. Esto no poda ser real. Demasiada belleza.

Y demasiado calor. La nica manera de librarse de ese bochorno era sumergirse en el mar o caminar por el impredecible y bizarro desierto que esconda desconcertantes playas en lugares inesperados. Con las primeras luces del da siguiente nos dirigimos hacia el sur, pisando una tierra bastante extraa, de colores ocres y filos blancos, en realidad ceniza volcnica, que se origin -segn el cronista Ventura Trabada- por la descomunal explosin del volcn Huayna Putina, ubicado en Moquegua, el ao1600.

Seres del desierto

Acostumbrados a los infinitos ruidos de las ciudades, el silencio reventaba como un estampido de vaco en nuestras cabezas mientras transitbamos por inverosmiles dunas. Pareca que habamos perdido el rumbo. Pero de pronto asom, azul, una mansa costumbre espumosa, el ocano Pacfico. Habamos recalado en un inmejorable mirador para divisar lobos de mar, y aves de todo tipo y plumaje sobrevolando una isla guanera a solo 100 metros de distancia. Asimismo, en la falda de los riscos que laman el mar se observaba una gran cantidad de cochayuyo, lo que indicaba la limpieza de estas aguas. An en estos das, el cochayuyo, anchas algas de color verde apagado, es recolectado y llevado al poblado de Yauca, y de all se enva a la sierra en bloques. Costumbre que se practica desde pocas prehispnicas. Se consume en sopa y guisos y es muy nutritivo.

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Proliferaban lagartijas y uno que otro zorro que se mantena a prudente distancia. Seres polvorientos que parecan inmviles bajo el sol. Extravagantes islotes y arrecifes agregaban una esttica singular y extraa al paisaje marino. Y tierra adentro abundaban piedras agujereadas en formas caprichosas, as como raquticas plantas que florecen en invierno, que es cuando brotan capullos de colores intensos. Pero as es Honoratos, un universo extrao y deslumbrante a la vez.

Nuestra siguiente excursin fue hacia el norte. La primera parada fue en Huata, una simptica playa con un fondo de arena que le brinda una textura especial al agua. Ideal para baarse. Hay grandes cangrejos, llamados jaivas, en la orilla y las rocas, pero escapan al sentir la presencia humana. En la parte trasera de la playa se ubica un puquio y una solitaria higuera. Al parecer, a veces baja agua por esta estrecha quebrada pues el suelo es de lodo solidificado.

Magnfica soledad

Continuamos rumbo al norte y era como andar en Marte: tonos rojizos y ningn centro poblado, ni siquiera una choza. Era sobrecogedor y hasta intimidante. Especialmente cuando arribamos a la alucinante caleta La Francesa, donde una lengua de mar, rodeada de altos acantilados, se introduce como una cua en el continente (alrededor de 1.5 kilmetros). Algo parecido a los fiordos noruegos, con el plus de albergar una agradable playita de arena.

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El ltimo crepsculo fue apotesico, el cielo y sus nubes se tieron de una hermosa luz salmn, y de ciertos resplandores de oro limn. Al da siguiente nos preparamos para esperar la lancha que nos llevara de vuelta a Matarani. Extraamente era un da nublado, lo que algunos tomaron como un mal presagio. Y eso pareca, el capitn haba quedado en recogernos a las 9 de la maana, pero dieron las diez, las once, las doce, la una de la tarde, y, cuando ya habamos perdido las esperanzas, vimos que la popa de la embarcacin desgarraba la bruma mientras se acercaba a la orilla. El grupo estall en vtores. Paradjicamente, apenas subimos a la lancha, sentimos un vaco existencial.

Y es que al margen de la esplndida belleza de estas costas, nunca nos cruzamos con otros seres humanos, todo fue para nuestro exclusivo disfrute, un privilegio negado en otros destinos, an los ms remotos. Realmente un sitio que parece estar fuera de este mundo contaminado y sobre poblado. Si alguna vez existi un paraso original, debi parecerse a Honoratos.

Escrito por: lvaro Rocha / Revista Rumbos

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