A pocos metros de la plaza de Armas, donde cientos de palomas pelean por las palomitas que deslizan chiquitos de no m?s de cinco a?os, en una calle que empieza a la izquierda de la catedral, el coraz?n de cualquier ciudad, se encuentra el lugar m?s seguro de Arequipa. Pudiera pensarse que la puerta est? copada por guardias de seguridad, armados hasta las cejas, y se estar?a faltando a la verdad. En la entrada, solo hay un par de empleados de la empresa local privada que explota tur?sticamente el edificio. Su trabajo es vigilar que nadie se cuele sin pagar. ?C?mo es posible entonces que Santa Catalina, santo y se?a de la ?Ciudad Blanca? desde hace m?s de 400 a?os, nunca haya sufrido un robo? La religi?n, ah? est? la respuesta.
?Hasta hace poco Arequipa era muy cat?lica?, dice en un momento dado la gu?a encargada de ense?ar Santa Catalina. Una muchacha joven, de una educaci?n exquisita, que a?ade que la segunda ciudad m?s grande del Per? sigue siendo cat?lica, sin precisar en qu? momento perdi? el ?muy?.
Tanto la joven como el resto del personal que se encarga de ense?ar este lugar no saben qu? hay dentro de una parte (m?s o menos un cuarto del total) de ?l y cu?ntas personas viven. Bueno, para ser justos, esto ?ltimo s? creen saberlo. Las inquilinas del emplazamiento m?s secreto de Santa Catalina son 15 mujeres, de entre 23 y 80 y pico a?os. Solo los empleados de m?s rango de la empresa han logrado ver a una de ellas, la jefa, que es la que ha dado los pocos detalles que se conocen de esos aproximadamente 5.000 metros cuadrados ocultos a la vida p?blica.
Est? bien, dig?moslo: Santa Catalina es un convento de monjas de clausura. Pero tambi?n es un pueblo que tiene seis calles con nombre de ciudades espa?olas (M?laga, C?rdoba, Toledo, Sevilla, Burgos y Granada) al ser un calco de la geograf?a de esos territorios, y 20.426 metros cuadrados de extensi?n. Y un tesoro con una pinacoteca de 92 cuadros de la Escuela Cusque?a del sigo XVIII, que se conservan pr?cticamente inalterables desde el momento de su creaci?n gracias al clima suave y seco de Arequipa.. Pero, sobre todo, Santa Catalina es un t?nel del tiempo. Un lugar en el que conviven ritos de finales del siglo XVI con los elementos m?s modernos de nuestra ?poca. Por ejemplo, de una de las paredes cuelga un Certificado de Excelencia del conocido foro de viajeros Trip Advisor.
Santa Catalina se convirti? en 1579 en el primer convento de monjas de clausura del Per? del sur. Pertenecen a la orden dominica y durante casi 300 a?os no pod?an salir del convento bajo ning?n concepto. Las reglas eran inamovibles: si enfermaban pod?a entrar, de manera excepcional, un m?dico. Las novicias permanec?an cuatro a?os aisladas dentro del propio convento y solo ten?an contacto con la madre superiora, que era y es elegida por las propias monjas cada tres a?os en una de las pocas cosas que el tiempo no ha cambiado.
Al principio, las que entraban lo hac?an obligadas y ten?an descendencia espa?ola. Eran de clase alta. Entonces el segundo hijo o hija ten?a que dedicar la vida a Dios. La familia entregaba a la ni?a de 12, 13 ? 14 a?os con orgullo, a sabiendas de que ya no la volver?an a ver, pues cuando una monja fallec?a era enterrada en el mismo convento. La muchacha iba acompa?ada de una dote de 1.000 ? 2.000 monedas de plata y las ni?as de familia m?s humilde que no pod?an aportar dinero se llamaban donadas. El convento las acog?a, pero durante el resto de su vida har?an las tareas m?s sacrificadas. Con los a?os, cada monja se hizo su casa, cocina incluida, dentro del propio recinto de Santa Catalina y en ella pasaban la mayor parte del d?a. Hubo un momento en el que llegaron a vivir 197 monjas, con sus correspondientes sirvientas, que viv?an en una habitaci?n aparte.
El paso del tiempo ha cambiado muchas cosas, pero la estructura se conserva casi casi igual. Los muros, en su mayor?a de ocre y azul a?il, siguen manchando si te apoyas. Hasta el siglo XVII eran de madera, como los techos, pero dos poderosas razones hacen que se cambiaran por la piedra volc?nica, igual que el suelo. La primera es obvia: en la ciudad basta con levantar la vista y ver los numerosos volcanes (Misti, Pikchu Pikchu, Chachani) que la resguardan. La segunda, quiz?s m?s desconocida, est? en la docena de fuertes terremotos que ha sufrido Arequipa y que hicieron reaccionar a sus gentes, obligadas a reconstruir sus casas tras cada se?smo.
En la parte que puede ver el p?blico, cada casa tiene encima de la puerta el nombre de la ?ltima monja que vivi? all?, cuya familia ahora es la propietaria. En ellas ya no viven desde 1871, despu?s de que P?o IX dictara una enc?clica por la que las habitaciones y la cocina pasaron a ser comunitarias. En la actualidad, cada monja duerme separada, aunque las rutinas siguen siendo estrictas: todos los d?as, a las siete de la ma?ana, hay misa abierta al p?blico, que ellas siguen a trav?s de una reja; solo tienen una hora libre, despu?s del almuerzo; y se sabe que los domingos la madre superiora permite ver la televisi?n durante un rato, aunque ella elige qu? se ve. Tambi?n se les permite salir, en caso de emergencia, salir de Santa Catalina.
Probablemente cuando lo hagan recuerden peor la ciudad en la que viven que el turista que la visit? hace 10, 20, incluso 30 a?os. Dicen las estad?sticas oficiales que en Arequipa viven m?s de 800.000 personas y que est? m?s cerca de la frontera con Bolivia y Chile que de Lima, la capital peruana. Lo que no se cuenta es que el centro y la periferia no tienen nada que ver. Parecen dos ciudades distintas. Cuanto m?s te alejas de la plaza de Armas, m?s pobreza. Eso s?, por todos lados se ve un floreciente comercio y, sobre todo, lo que m?s llama la atenci?n es la cantidad de taxis que la recorren. Los hay de todos los colores y suelen guardar dos premisas: autos de peque?os a muy peque?os, que se conducen en un nivel entre alocado y suicida.
Fuente: Abc.es – juan antonio p?rez